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martes, 20 de abril de 2010

DÓNDE ESTÁS, PRUDENCIA?

"...¡Cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!" (Santiago 3:5)

En un fenómeno que, tristemente, se ha vuelto reiterativo, las relaciones diplomáticas entre Colombia y sus vecinos, Venezuela y Ecuador, han entrado en alerta naranja. Coincide con la IX reunión cumbre de la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA) en Venezuela, y el preámbulo de las elecciones presidenciales en Colombia.

Los dos eventos, aunque independientes, tienen un morbo especial por la tensa situación de la región. La reunión de líderes del Alba tiene un discurso independentista contemporáneo, a propósito del bicentenario, en esta ocasión para enfrentar la "arremetida imperialista en su contra".

Por ende, la no adhesión del gobierno colombiano a la endiablada política expansionista y de comunismo patético expuesta por Chávez y sus lacayos, reemplazada por la simpatía hacia Estados Unidos, genera un escozor trágico.

De otra parte, la pugna por la presidencia de Colombia tiene un desarrollo bastante llamativo, enfrentando principalmente a Juan Manuel Santos, candidato que da continuidad a las políticas de Uribe (incluyendo el rechazo al chavismo), y Antanas Mockus, un hombre aparentemente no alineado con los sectores tradicionales.

El ambiente en el Alba se puso tenso, y varias figuras políticas colombianas, especialmente los candidatos, han hecho oposición a las críticas de Hugo Chávez y Rafael Correa, por aparentes declaraciones de Santos acerca de nuevos ataques militares a territorios vecinos.

El fin de semana anterior se realizó un nuevo debate entre los candidatos presidenciales (bastante aburrido y mal manejado, por cierto) organizado por Caracol TV y Radio y El Espectador. Y he aquí el gran detonante.

La primer parte del supuesto debate estuvo a cargo del periodista Darío Arizmendi, a quien correspondía hacer una pregunta general. En una evidente actitud malintencionada, aunque astutamente tácita, hizo una pregunta que buscaba poner en aprietos a Santos.

Cómo se sentía cada candidato con la acción militar que dio muerte a Raúl Reyes, jefe guerrillero de las FARC, en territorio ecuatoriano, y cuál sería su posición frente a la posibilidad de un hecho similar en las fronteras, si hubiese justificación de seguridad nacional.

Lo irónico es que una de las respuestas más prudentes ante la hipotética situación fue la de Santos. Si bien es cierto que manifestó sentirse orgulloso de la operación mencionada, rechazó categóricamente la posibilidad de responder la otra parte de la pregunta.

Aunque Santos no es el mejor de los candidatos, y las políticas de Uribe, especialmente en los últimos tiempos, no han sido las más acertadas, es correcto pensar que ese tipo de preguntas son lesivas, especialmente con el panorama actual.

Pero el afán oportunista de Darío Arizmendi, considerado un gurú del periodismo, convirtió a aquella pregunta en condición sine qua non para iniciar el debate, que a su vez, sea dicho, dejó como único resultado un sinsabor diplomático con los difíciles vecinos, y un enredijo novelero por el director del Sena entre Santos y Noemí Sanín.

Arizmendi es el verdadero responsable (o irresponsable) de la crisis actual que tiene Colombia con Venezuela y Ecuador. Esto no se trata de hacer apología al uribismo, que por cierto, es bastante errado. Sin embargo, ya hay suficiente enrredijo en la vida colombiana como para permitir crisis innecesarias.

Un acto torope, falto de prudencia, que desató un desorden ya fastidioso. Bien orates que son los cabecillas del Alba, y algunos colombianos imprudentes dando chance para que el chavismo siga armando incómodas bataholas.

Dónde está el sentido común? Dónde está el verdadero periodismo ético? Dónde estás, Prudencia?

lunes, 5 de abril de 2010

PURA SANGRE

Recientemente el mundo experimentó en diversas formas la afamada semana mayor. Independientemente de las creencias, y de la forma adecuada o inadecuada en que se expresen, el personaje central ha sido y seguirá siendo Jesucristo.

Suena orático el que un hombre de origen humide, de comportamiento atípico, apologista de un cúmulo de ideas extrañas y aparentemente utópicas, pueda acudir voluntariamnte a un encuentro con la muerte, como resultado de infinidad de errores ajenos, y con el propósito de redimir a los causantes de los mismos.

Cómo no pensar con pesimismo, si la sociedad actual brilla por su egoísmo, y en las escasas manifestaciones delirantes de bondad, se plantea primeramente un acuerdo materialista y comercial, en el cual prima el "qué se recibe" antes del "qué se está dispuesto a dar".

Según la ley de causa y efecto, no hay nada en la vida que no tenga un origen y una consecuencia, bien sea en las cosas tangibles o en las intangibles. Si se cometen errores, hay leyes que los delimitan, definiendo lo que serían las penas o castigos.

Considerada veraz o no, la Biblia es enfática en ello. Todo lo que se siembra, se recoge (Gál 6:7). Quien es bueno recibe bien; si hay malas vivencias, no se trata de complot injusto de la vida, sino de un desenlace prefabricado (Mt 7:1718). Los errores de la vida tienen un costo exageradamente alto (Ro 6:23).

En el sacerdocio judío antiguo, las equivocaciones del pueblo requerían de un trámite dispendioso para conseguir alguna posibilidad de resolución o indulto. Se entregaba un animal para ser sacrificado, representando la murte del culpable. Posteriormente había que lavarse y despojarse de las vestiduras. Se ingresaba a un lugar de oración y arrepentimiento. Finalmente, en un lugar de máxima intimidad, limitado para el mayor de los sacerdotes, una sola vez al año, existía un proceso de rendición que podía ser acepta para garantizar un nuevo año, o rechazada y así esperar con resignación.

Cristo derramó su sangre como la más perfecta de las víctimas (Col 1:14; Jn 1:20). Nos dio el regalo (aunque muy rechazado por la humanidad) del Espíritu Santo para alcanzar limpieza (Jn 7:38-39). Su muerte representa el fin de nuestra limitación humana. Su oración de agonía insta al arrepentimiento aunque no hay una sola prueba de alguna equivocación cometida por él (Jn 17). Y sólo Él puede traer aceptación garantizada de parte de Dios Padre (Ef 1:6; Ro 3:25).

Algunos consideran esta explicación totalmente inútil y sin fundamentos objetivos; es respetable. Otros dicen creen en Dios, menosprecdiando el significado real de la Sangre de Cristo (He 9:13-14; 10:29). Tristemente pocos entienden que Su Sangre es el eje del éxito y la inmunidad (1Jn 1:7).

La sangre siempre resulta escandalosa. Cuando alguien se corta, especialmente en el trayecto de una arteria, sufre por la imagen grotesca del caudal rojo. Cuánto menos en temas de fondo, quellos que resultan incómodos y punzantes para los criterios arraigados de muchos. Hablar de derramar sangre por una causa, un país, una guerra, tiene carácter heróico. Pensar que alguien derramase toda Su sangre por el mundo, suena casi ridículo.

La película "La Pasión de Cristo" de Mel Gibson, pese a tener condiciones cinematográficas excepcionales, fue obstaculizada, vetada, criticada, mensopreciada, y atacadada por supuesto antisemitismo, y especialmente, por las escenas altamente violentas y dramáticas. Muchas personas plantearon un exceso de parte de Gibson en una historia polémica.

La mayoría de las películas de historia de Cristo le muestran como una versión antigua de James Bond: golpeado, latigado, ultrajado, pero al final, bien peinado, y poco debilitado. Pero en la realidad de lo que sucedió, con dificultad alguien soportaría el 1% del trauma físico y emocional que soportó Jesús.

Exageración? Para nada. Esa película tan solo intenta acercarse en forma fiel a la verdad. En lugar de moralismos baratos, deberíamos actuar en nuestro interior con la misma actitud inédita (no bíblica) de la María de aquel filme, cuando acudió al sitio de castigos del ejército romano, posterior a la tortura, y limpió del suelo cada gota del mar de sangre que estaba allí derramado.

A nadie se puede obligar a creer en Dios, en Cristo, y menos en el valor de su muerte en la cruz; de la misma manera que alguien no creería en la ley de la gravedad. Sin embargo, si este último ingenuo se lanzase de un rascacielos, no tendría más remedio que enfrentar el dolor y la muerte. La Sangre de Cristo tiene un valor incalculable. Ojalá el mundo lo entendiera y aceptara.