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domingo, 23 de diciembre de 2012

AZUL 14/24

Ha pasado una semana y, la verdad, siento como si las cosas fueran parte de un sueño del que no quisiera despertar. No me canso de ver videos, leer artículos, iniciar y/o continuar conversaciones, en torno a la obtención de la estrella 14 de Millonarios.

Recuerdo el último título con dificultad. Tenía siete años de edad, me encontraba con mis padres y mi hermana de escasos ocho meses de nacida. Vimos el partido en casa ajena, y mi recuerdo no está ligado al partido sino a la celebración.

Había sufrimiento. Millonarios había sacado un empate en Barranquilla, pero aun Nacional ponía en riesgo el título; un empate agónico entre los verdes y el Santa Fe generaba ansiedad y desespero entre la parcialidad azul. Omar Franco, arquero de Millos, de rodillas recibió la noticia del triunfo.

En dos años consecutivos, después de la oleada victoriosa del América de Cali, quienes parecían no soltar el trofeo, Millonarios hacía historia, ratificando su poderío, acumulando el mayor número de títulos que equipo alguno haya conseguido en el rentado nacional.

Recuerdo los gritos, la algarabía, el festín. Recuerdo el desorden, los rostros de los jugadores en casa del Junior dando la vuelta olímpica (advierto, no con claridad, pero sí una serie de imágenes en mi cabeza). 

En aquel año había tenido experiencias maravillosas. Gracias al trabajo de mi papá tuve la oportunidad de ir a la casa del "Pájaro" Juárez y de Videla, insignias azules. En un partido contra Medellín (que ganamos 5-3), estuve en la cancha, en los actos protocolarios. Fui feliz.

Ahora me sentía orgulloso de ser hicha del equipo al que acompañaba cada domingo con más fervor que lo que dedicaba a las misas o a las tareas del colegio; mi habitación estaba llena de afiches, banderines, letreros, y otros elementos recordatorios del club embajador.

Un año después, en dos oportunidades encontré un obstáculo para mi dicha triunfadora. En la época en que el narcotráfico gobernaba Colombia, en actos donde evidentemente se notó su influencia, especialmente a través del pésimo arbitraje, Nacional eliminó a Millos de la Libertadores y luego obtuvo el título.

A nivel nacional, tras el asesinato del árbitro Álvaro Ortega en Medellín por orden de Pablo Escobar, el campeonato fue suspendido. Siempre creí que la 14 era parte de una pronta seguidilla, como recientemente los rojos de Cali lo habían experimentado. La violencia me quitó ese sueño.

Desde entonces, una racha macabra nos acompañó. Eliminados de los octogonales en el semestre siguiente. Gonzalo Rodríguez Gacha, narcotraficante que había cogido de juguete al equipo, estaba muerto. Los herederos acabaron con la institución, y el fútboil fue diluyéndose de a pocos.

No hacíamos nada. Veíamos cómo diablos y verdolagas se turnaban los triunfos, robaban la admiración de jóvenes bogotanos, y se burlaban de nuestra sequía. En otro tiempo el equipo estaba lleno de figuras, y de pornto, se llenó de limitaciones y mediocridad.

Hasta el año 94 retornó la ilusión. Al cuadrangular final llegamos en compañía de Nacional, América y Medellín. En la fecha final estábamos obligados a ganarle al América y esperar que los verdes perdieran. Juan Pablo Ángel, quien apenas arrancaba carrera, nos quitó ese anhelo.

Dos años después, en el cuadrangular final, cambiando al Medellín por el Cali, intentamos la misma hazaña. En la misma forma, sólo los azucareros y nosotrs teníamos opción. Cumplimos ganado a Nacional 2-0 en Medellín, pero el Cali empató el clásico y se llevó la estrella.

Posteriormente hubo un torneo  eterno en el que pensábamos llegaríamos con Cali, y nos quedamos en el camino. En otro, para ir contra el América, el Bucaramanga se atravesó. En la mayoría de los torneos habíamos adquirido la costumbre de fracasar.

En el 2001, después de una semifinal y una final perdidas, logramos un título. La copa Merconorte (adefesio que parecía una burla de la Mercosur, donde todos los campeones fueron colombianos, y el único finalista no colombiano fue Emelec) se quedó en nuestras manos en Ecuador.

Desde que iniciaron los torneos cortos (semestrales), el único equipo histórico que nunca había logrado asisitir a una final fue Millonarios. Burlas de América y Nacional, triunfos hasta del Pasto, la presencia del Santa Fe, y nosotros nada de nada.

A duras penas clasificábamos a los cuadrangulares, y de hacerlo, hacíamos papelones. Hubo una ilusión en 2003 en la semifinal. Empatando con Cali clasificábamos a la final; perdimos, y en la última fecha, dependiendo de nostros, perdimos con el Unión Magdalena. Clasificó Cali.

Los hinchas aguantamos mucho. "Millonarios es San Victorino... porque no pasa de la 13", "Son Alcohólicos Anónimos... ni una copa más", "De este a oeste, de norte a sur, todos se están bailando a la gallina azul". Llegamos a estar al borde del descenos en varias oportunidades.

Y eso que me quiero dedicar a lo deportivo,  porque podría hablar de las desatrosas administraciones de pelafustanillos como Juan Carlos López (con el Chiqui García), José María León y Jorge Franco; o nuestros nexos con alias "El Mexicano".

Después de una crisis financiera abismal, acciones en manos de la amañana Dirección Nacional de Estupefacientes, cuarenta pleitos legales, deudas de hasta 40 mil millones de pesos, vino el renuevo en el año 2010.

La llegada de José Roberto Arango, economista paisa salvador de empresadas destinadas al fracaso como Coltejer y Acerías Paz del Río, fue una bendición. El "mago" Arango, vinculado por el gobierno, salvó de la quiebra al equipo albiazul.

Con nueva razón social, comnstitución de sociedad anónima, venta de acciones, y un saneamiento de las sanguijuelas financieras, vino un nuevo aire. Los jugadores recibían sueldo, las condiciones laborales eran dcentes, había un futuro.

En 2011, con ganas más que fútbol, y la llegada del técnico venezolano Richard Páez, se llegó en dos ocasiones consecutivas a la semifinal (en este año, por el mundial sub 20 en Colombia, se hizo eliminación directa). 

En el primer semestre, clasificando precozmente, pero quedando en octavo lugar, eliminamos al Once Caldas, primero del torneo, y perdimos ante Equidad (a quienes mirábamos debajo del hombro), quienes le regalaron posteriormente el título a Nacional.

En el segundo semestre, después de eliminar a Envigado, jugamos contra Junior. En Bogotá triunfamos 3-0 con contundedncia; nos sentíamos finalistas. En el partido de regreso nos empataron la serie (pudimos perder), y en los penaltis nos eliminaron. Una frustración.

El contentillo lo dio la Copa Postobón. La semifinal también fue jugada ante los tiburones, a quienes derrotamos con suficiencia. La final fue ante Chicó, y en los dos partidos obtuvimos la victoria por la mínima diferencia. Al menos levantábamos una copa.

El guayabo del fracaso en diciembre de 2011 se profundizó empezando el presente año. No clasificamos a los cuadrangulares, fuimos eliminados en primera fase de la copa Colombia, no había fútbol, no habían oportunidades, parecíamos dar pasos hacia atrás.

Y como a quien no quiere caldo se le dan dos tazas, nuestro rival de patio, Independiente Santa Fe, después de un ayuno de 35 años, consiguió el título derrotando por un solo gol a la revelación del 2012, el Deportivo Pasto. No podría ser más asfixiante el asunto.

Se había concretado un partido amistoso contra el Real Madrid en el Santiago Bernabéu en honor a la mayor gloria de ambos equipos en su hostoria: Alfredo DiStéfano. Lo que sería una linda oportunidad conmemorativa se convirtió en la causa de burlas en contra nuestra.

Horas antes del partido, las directivas sugirieron la posibilidad de devolver dos estrellas para 'limpiar' la honra azul por sus anteriores nexos con el narcotráfico (¡tremenda tontería!). Y para completar, regresamos felices con un 8-0 en contra contra la C del equipo merengue.

Mitigaba un poco la catástrofe el hecho que fuéramos líderes solitarios desde el inicio del torneo, y que íbamos en un ritmo promisiorio en la Copa Suramericana (en el 2007, haciendo el oso en el torneo local, se llegó hasta semifinales cayendo ante América de México).

Muchos sugerían escoger un torneo al cual darle prelación. El técnico manifestaba querer ir por los dos. El equipo clasificó a semifinales de ambos torneos; en el local lohizo de forma anticipada y estableciendo récord de puntos a favor.

El rival en semifinales de la suramericana parecía fácil, Tigre de Argentina, penúltimo de su campeonato. En el partido de visita, desperdiciando lo que no esttá escrito, empatamos sin goles. En el regreso, juando pésimo, empatamos 1-1 y nos eliminaron.

En los cuadrangulares arrancamos muy mal, perdiendo en la visita ante Junior y Pasto. Todo parecía descanecerse. Sin embargo, con los últimos arrestos físicos y mentales, el equipo logró salir de la neblina y llegar a la final.

De todos los rivales, el Medellín parecía ser el más mezquino futbolísticamente, pero llegó. Millonarios, como no la hacía desde hace ya muchísimos años, planteaba un fútbol de toque, buen trato del balón. Medellín era muy táctico, como equipo clásico del 'Bolilo' Gómez.

En el partido de ida en Antioquia, la final fue sosa e insípida. Con muy poco, Millos pareción tener cierta inclinación a favor, y con al menos tres oportunidades exageradamente claras de gol, regresó a la capital con un empate a cero.

El domingo 16 de diciembre de 2012 era una fiesta azul. Había una ola que se comía toda la ciudad. A pesar del descarado incremento de hasta el 500% al valor de la boletería, la hinchada llenó el estadio, para ver el campeonato de nuevo después de 25 años (el último no fue en El Campín).

Pero la pasión y entrega con que la hinchada abrió la fiesta no tuvo eco en la cancha. Dentro de los partidos más mediocres del semestre estuvo el de la final por parte de los embajadores. Por el contario, Medellín, a quien esperábamos resguardado, propuso, fue ofensivo y peligroso.

En el colofón del primer tiempo, cuando la amenaza de los paisas era inagotable, Millonarios anota el primer gol del partido, con lo cual se engrandecieron las esperanzas de retornar al título profesional y superar tanto dolor y tanta envidia.

Apenas empezaba el segundo tiempo, e inexplicablemente un montón de pirotecnia irresponsable hizo suspender el partido. Cierta parte de la hinchada celebraba antes de tiempo. El balance: al reanudar el juego Medellín empató y dañó la fiesta hasta el fin del partido.

Todo lo que habíamos deseado se quedaba sujeto a la suerte de los penaltis. Al finalizar la ronda de cinco oportunidades, los equipos terminaron empatados a cuatro tantos. En el uno y uno, el aruqro Luis Delgado, quien fu culpable del empate, se reivindicaba anotando el giol y posteriormente atajando el definitivo. ¡Millonarios nuevamente campeón!

Cuánto tiempo anhelé celebrar un título. La niñez fue dolorosa, la adolescencia frustrante. Ya viejo, con menos euforia manifiesta y un cuerpo que ya no aguanta tanto trajín festivo, tuve el privilegio de ganar, pero esta vez, entendiendo, sufriendo, disfrutando.

Muchas voces a mi alededor me pronosticaban el nuevo fracaso. Yo solo meditaba y callaba. Cuando se dio el título, me puse a gritar, me apoderé del Twitter, abracé a mi papá y mi hermana con una sonrisa de oreja a oreja. Ha pasado una semana y aun estoy disfrutando el momento.

Espero de todo corazón que este triunfo haya sido la sacudida para librarnos de tanto capítulo doloroso. Llegó la hora de celebrar, pero la obligación de mantenernos en lo más alto de la historia del fútbol colombiano, obteniendo más títulos nacionales, y por qué no, internacionales.

Agradecía a Dios. Estas son nimiedades, pero aun en cada detalle Él suple conforme a sus riquezas. Algunos considerarían irrespeto meter a Cristo en estos temas, pero yo no puedo dejarlo de lado aun en estas minucias. Gracias Papá Dios por permitirme ver el triunfo azul.

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