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sábado, 27 de marzo de 2010

EL QUE PECA Y REZA, EMPATA

El mundo cristiano religioso, principalmente el católico, se acerca a una de las épocas más tradicionales del año: la semana santa. Durante ocho días se hace remembranza de los últimos días del ministerio público de Jesús; enfocados en un domingo inicial correspondiente al ingreso triunfal a la ciudad de Jerusalén, seguidos por jueves y viernes sombríos que pretende repartir un tono de agonía y muerte focalizadas en una cruz, con un domingo de colofón que crea un ambiente esperanzador de resurrección.

Una sinopsis casi novelesca. Dicho en esta forma no con el fin de crear aires dubitativos, sino por la adhesión cada vez menos evidente de la inconstante feligresía al tema central de esta temporada. Hay un remanente de creyentes que se apega con apasionamiento a las tradiciones que profesa su fe; algunas correspondientes a creaciones casi teatrales, otras sobrias pero sentidas, y algunas de magnitudes crueles e impensables.

Pero hay un grupo tristemente mayoritario que aplica la ley del embudo en forma sutil, beneficiándose del período festivo sin tener que asumir ninguna participación en las actividades religiosas ni mucho menos en los espacios de reflexión y exhortación al cambio de actitud.

Los religiosos recalcitrantes aparecen en dos corrientes. Una que se muestra potencialmente somnífera, entre letanías, rezos murmurados, procesiones eternas que con cierta dificultad rescatan residuos artísticos, etc. Ramos, camándulas, estatuas, y velos hacen parte de la utilería.

La otra sugiere una versión dantesca. Flagelaciones deambulantes, crucifixiones voluntarias, actos masoquistas amparados por una interpretación colectiva errada. Sean unos u otros, pretenden "purificar" su almas a través de este tipo de actos.

Esta es la cara de la moneda que en un contexto ideológico hace aparición mediática. En el mundo real, la mayoría de las personas incrementan su ritmo de trabajo con los arrestos de su voluntad, en búsqueda de un cumplimiento precoz de sus responsabilidades, para acceder a unas cortas vacaciones.

No se viaja a Popayán (Colombia) o Sevilla (España), sino a San Andrés (Colombia) o Islas Canarias (España). No se visitan monumentos religiosos; se observan cuerpos monumentales en la playa. No se acude a ceremonias, sino a rumbas. El ayuno de carne se cambia por una vida carnal. La rezandería se resume en vulgaridad. No hay reflexión, sino inflexión.

Es claro que no hay nada benéfico en ninguno de los ejemplos mencionados, pues ninguno abandera el objetivo de estos días. Una semana de recogimiento no reemplaza cincuenta y una de equivocaciones. La semana santa podría ser en Agosto o en Diciembre, comiendo carne o sólo verduras, en casa o en otra ciudad. Hay más de fondo que de forma.

Dios creó al mundo por amor (Gn 14:19), creyendo en aquellos a quienes tuvo por administradores. Éstos retribuyeron tal benevolencia con insondable torpeza (Gn 6:5-6). Teniendo Dios todo el derecho de hacer "borrón y cuenta nueva", prefirió dar una nueva oportunidad de reingeniería (Gn 8:21).

Ante una nueva decepción, enfocó su deseo de felicidad para el ser humano a través de un sólo hombre, de un sólo pueblo (Gn 12:1-3). Lo rescató del sufrimiento para transportarlo a un mundo soñado (Ex 14:30-31), y recibió el pago que tenía por costumbre (Sal 78:17).

Respetando el orden que había decretado (Nm 23:19), optó por dar lo más valioso de sí para garantizar la felicidad de quienes parecíamos no merecerla (Jn 3:16; Ro 5:8). Tristemente, muchos desconocen o menosprecian la magnitud de este regalo.

Son las reglas del juego que él colocó; los errores se pagan con sangre (Ro 6:23; He 9:22); optó por evitar el derramamiento de la nuestra con la muerte vicaria de Cristo (1Jn 1:7). Este es el sentido verdadero de los ocho días que se aproximan.

No es un tiempo de golpes de pecho, ni tampoco un nuevo período vacacional. No es un llamado de una semana, sino una invitación permanente. No es una apología religiosa, sino una exhortación al cambio genuino.

Muchos dudan de la existencia de Cristo, o en su defecto, de Su Deidad. Sin embargo, no tienen reparos en disfrutar de algunos días libres. Contradictiorio, no? La reflexión no debe hacer parte únicamente de los toldos cristianos, sino de toda la humanidad. Quienes acepten para sí este regalo encontrarán más que un buen botín; eso es seguro (Jn 1:12-13).

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