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jueves, 22 de julio de 2010

A VIVA VOZ

"Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar,  y cuando terminó,  uno de sus discípulos le dijo:  Señor,  enséñanos a orar,  como también Juan enseñó a sus discípulos. Y les dijo:  Cuando oréis,  decid:  Padre nuestro que estás en los cielos, ..." Lucas 11:1-13

Resulta irónico que en la era más avanzada de las comunicaciones, cuando no pareciese existir ningún rincón del mundo que llegara a estar lejos del alcance de cualquier persona gracias a diferentes mecanismos tecnológicos, la comunicación persona a persona es cada vez más reducida.

Se necesita al menos un  par de interlocutores para compartir un mensaje que los entrelace en una interesante conversación, sin importar el medio: directamente, por cartas, telefónicamente, chateando, con mensajes de texto, por correo electrónico, etc.

Pero el resultado real es catastrófico. Los medios virtuales evocan un caudal de ideas, por lo general poco estructuradas y llenas de códigos descaradamente simplificados que lesionan cualquier tipo de idioma, y limitan lo genuino de cada expresión.

En el mismo instante en que los participantes inician una conversación real enfrentan un problema categórico, ya que las palabras parecen escasear esquivamente, y ningún ambiente resulta apropiado para intercambiar pensamientos, o al menos postulados cortos.

Y si esto ocurre en el mundo finito, cuánto más ocurre en la relación con Dios. Gran parte de la gente no le busca por falta de interés o subestimación; otros dejan de hacerlo por falta de conocimiento; y unos tantos intentan en forma errada.

Repeticiones tediosas, discursos maquillados y postizos, costumbres humanas limitadas, y otras manifestaciones, hacen de la oración una utopía, o al menos, un objetivo bastante lejano.

Orar es, simplemente, hablar con Dios ("con" implica bilateralidad; no un monólogo de Dios bajo aparente resignación, ni uno nuestro cual emisor de una verborrea zafia natural de una cotorra incontrolable).

Los comunicadores sociales defienden la teoría que el elemento más importante de la conversación es el receptor. En la oración, si es la voluntad del corazón, el requisito sine qua non es el corazón dispuesto a agradar a Aquel a quien me dirijo. Así es como Él lo ve.

Es por eso que lo más genuino de mis palabras, más allá de la estética y el enredijo prosaico de las mismas, aunado a la perfecta, excelente, certera, integral, oportuna, precisa Palabra de Dios (así es, la Biblia), constituye en el binomio garante de una oración eficaz (Sal 119:107).

La oración que incluye Palabra de Dios (Sal 119:105), se convierte en una lámpara que revela en su totalidad la esencia de Dios, la realidad humana (necesidades, limitaciones, ...), los incalculables e inmarcesibles milagros que Él protagoniza, y el propósito que tiene para hombres y mujeres.

Orar eficazmente implica conocer a Dios en intimidad. Quien logra entrar en el espacio más personal del Señor, glorifica a Dios Padre en la persona del Dios Hijo, bajo la dirección del Dios Espíritu Santo (Jn 14:13; Jn 17:1-3; Ro 8:26-27).

Qué se puede hablar con Dios? Lo que sea. En qué momento? En cualquiera. Con qué palabras? Las que sienta el corazón. Una oración genuina lleva a reconocer errores, hermosear con palabras a quien las merece, pedir al único Proveedor, y agradecer por lo visto y lo que está por venir. (1Jn 1:9; Jn 4:23-24; Sal 37:4; 1 Ts 5:18).

La oración es una experiencia maravillosa y sin comparación. Por qué perderse la oportunidad de dialogar, en forma sencilla pero certera, con el más grande Amigo que pueda existir?

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