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domingo, 12 de septiembre de 2010

DANZA PAVO REAL

Durante milenios la humanidad ha expresado sus más claras intimidades y sensaciones a través de diversas formas, entre las cuales las artes han tenido una representación protagónica.

La danza, como derivación de la aparición de la música, surgió como un producto indefinido de la necesidad de exteriorizar sentimientos, crear vínculos claros entre espíritu-alma-cuerpo, deleitarse y deleitar, y crear una identidad (Éxodo 15:20; 1 Samuel 18:6; Jueces 21:21; 2 Samuel 6:14).

En forma simultánea, el cortejo ha resultado altamente inherente a la condición humana. El arte de la conquista, durante muchos años, ha estado ligado a cualidades innatas (tanto físicas como comportamentales), habilidades adquiridas, conductas colectivas, y estrategias certeras.

Por tal razón, no suena extraño que el baile y el flirteo hayan establecido vínculos cada vez más fuertes, con los cuales pueden beneficiarse mutuamente; a tal punto que en el reino animal, aves como el pájaro de Papúa Nueva Guinea tienen una curiosa coreografía para llegar al cometido reproductivo.

Tanto la danza como la vida de atracción y emocional comparten iguales elementos: ritmo, para garntizar orden y reiteración; expresión corporal, para abrir las puertas de la espontanidad; movimiento, para generar una imagen de dinámica y vida; espacio, para gozar de un lugar de respeto y singularidad; y color, haciendo un llamado atractivo a los sentidos.

Recientemente el doctor Nick Neave, sicólogo de la Universidad de Northumbria en Reino Unido, realizó junto a un grupo de colegas un estudio para determinar las características motrices del hombre que atrae a las mujeres a la hora de bailar.

Diecinueve jóvenes voluntarios, entre los 18 y los 35 años demostraron sus cualidades como bailarines ante una cámara 3D al son de un ritmo básico; posteriormente treinta y nueve mujeres cumplieron un papel de jueces.

Evitando el sesgo de la atracción física, los movimientos de los varones fueron reproducidos en un avatar incoloro y asexuado en una pantalla de computador.

De esta evaluación surgieron ocho características que marcarían la diferencia entre un buen y un mal bailarín, debido a la manifestación de fuerza, flexibilidad y vitalidad: basadas principalmente en el movimiento amplio y variado de cuello, tronco, hombros, muñeca y izquierda y rodilla derecha.

Por obvias razones este estudio despierta un gran interés por parte de muchos hombres, con la intención de reevaluar las condiciones del baile personal, con el fin de perfeccionarlo o replantearlo, en búsqueda de hacerse más atractivos a las mujeres.

Los hallazgos de este estudio, que también resuena entre las mujeres, han resultado tan trascendentales (aunque el equipo realizador reconoce el requerimiento de más análisis) que fueron publicados por el Royal Society Journal.

Ahora surge como otro objetivo de alta relevancia para este equipo investigativo, en cabeza del doctor Neave, el buscar la contraparte en los movimientos más llamativos del baile femenino ante los ojos de los hombres.

Si bien es cierto que el baile no puede caer (como muchos ritmos contemporáneos lo sugieren) en una superficielidad sensual, ni el buen baile es necesariamente sinónimo de una conducta intachable o idoneidad como pareja, vale la pena poner atención a estos hallazgos.

"...Levántate,  oh amiga mía,  hermosa mía, ... El tiempo de la canción ha venido, ..." (Cantar de los Cantares 2:10-12)

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