Recientemente en el Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington D.C. (USA) ocurrió un hecho particular, tan particular e hilarante como peligroso y preocupante, que fácilmente habría sido parte de una película de humor gris.

Las respectivas tripulaciones, al no poder contactarse con la torre de control y así obtener los datos requeridos de pista y momento de aterrizaje, ubicaron una instalación cercana que logró direccionarlos hasta conseguir un aterrizaje sin inconvenientes.
A pesar de evitar la tragedia, este incidente cerca del Pentágono y en la otra orilla del Río Potomac con respecto a la Casa Blanca sacó de casillas a los funcionarios de Washington, hipersensibilidad sostenida desde el fatídico 11 de septiembre del 2001.
El jefe de la Administración Federal de Aviación, Randy Babbitt, manifestó su indignación por la irresponsabilidad del controlador al desentenderse de estos dos aviones, por lo cual decidió suspenderlo, y revisar el incidente junto a la Junta de Seguridad Nacional de Transporte.
El protagonista de este impase argumenta que se encontraba realizando su cuarto turno nocturno consecutivo y que era la única persona en la torre en el momento en que los aviones se disponían al aterrizaje.
Terrible culpabilidad de aquel hombre, pero, después de conocer su versión de los hechos, no parece haber una mácula en el perfil de la Administración Federal de Aviación?
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